Los niveles de radiación que han sufrido las ranas que viven en Chernóbil no han afectado a su edad ni a su ritmo de envejecimiento. Estos dos rasgos no difieren, de hecho, entre los ejemplares capturados en zonas con altos niveles de radiación y los que viven en zonas control sin radiación. Tampoco se han encontrado diferencias en los niveles de corticosterona, una hormona asociada a la respuesta al estrés, en función de la radiación que reciben estos anfibios. Estos son los principales hallazgos de una investigación liderada por la Universidad de Oviedo y la Estación Biológica de Doñana-CSIC —en la que han colaborado expertos internacionales— que ha analizado, por primera vez, los posibles efectos a largo plazo de la radiación sobre la edad y el ritmo de envejecimiento de la fauna de Chernóbil.
El trabajo ha sido publicado en la revista Biology Letters. Germán Orizaola, catedrático de Zoología de la Universidad de Oviedo, destaca que estos resultados indican que “los niveles de radiación que sufren actualmente las ranas en Chernóbil no serían suficientes para provocar daños crónicos a estos organismos”.
El desarrollo de este tipo de estudios que miden con precisión la exposición a la radiación y analizan rasgos biológicos a largo plazo, como la edad y la tasa de envejecimiento, “es fundamental para realizar una evaluación correcta del impacto actual del accidente sobre la fauna silvestre. Los resultados de este trabajo refuerzan el papel de la Zona de Exclusión de Chernóbil como refugio de fauna silvestre que debe preservarse”, añade este investigador.
Los autores del trabajo recuerdan que han pasado casi cuatro décadas desde el accidente del reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil (Ucrania). Durante este tiempo, los niveles de radiación han bajado considerablemente en las zonas inicialmente afectadas. Se estima que queda menos del 10% de la radiación emitida en el accidente, y algunos de los isótopos más peligrosos, como el yodo, desaparecieron a los pocos meses del accidente.
Estudios recientes demuestran, de hecho, que Chernóbil se ha convertido en una de las mayores reservas naturales de Europa. Esto explica por qué es fundamental realizar una evaluación precisa de en qué medida este accidente sigue teniendo efectos nocivos sobre el medio ambiente a día de hoy.
Un trabajo que comenzó en 2016
El equipo liderado por Germán Orizaola trabaja en Chernóbil desde 2016 examinando el estado de las poblaciones animales de la zona. Sus estudios se han centrado en los anfibios, en concreto en la rana oriental (Hyla orientalis). Investigaciones anteriores detectaron una ausencia de efectos de la exposición actual a la radiación sobre diferentes parámetros fisiológicos y morfológicos asociados al estado de salud de esta especie.
En este trabajo, los científicos han examinado los efectos de la radiación sobre la edad y la tasa de envejecimiento de estos anfibios. Este es un aspecto clave para evaluar los efectos a largo plazo de la exposición a la radiación, ya que puede reflejar la acumulación de daños a lo largo de la vida del animal.
El trabajo de campo, realizado en colaboración con Pablo Burraco, investigador de la Estación Biológica de Doñana, se ha llevado a cabo en tres campañas sucesivas en Ucrania entre 2016 y 2018. En este estudio, los investigadores han muestreado poblaciones de este anfibio a lo largo de todo el gradiente de contaminación radiactiva presente en la zona, incluyendo desde algunas de las zonas más contaminadas del planeta hasta zonas sin contaminación radiactiva. En total, capturaron más de 200 machos de rana de San Antonio oriental en 14 localizaciones diferentes, que llevaron a su laboratorio de campo en la ciudad de Chernóbil (Ucrania).
“En todas las ranas, calculamos el nivel de radiación absorbida en función de la radiación ambiental y del contenido de cesio en sus músculos y de estroncio en sus huesos. Esta ha sido una de las evaluaciones más precisas de la radiación absorbida realizadas en un vertebrado en Chernóbil”, señala Pablo Burraco.
Los investigadores señalan que en los anfibios es posible calcular la edad de un individuo contando las líneas de crecimiento de sus huesos que se forman cada año, de la misma forma que se obtiene la edad de un árbol. En este trabajo también se ha examinado el ritmo de envejecimiento de estos individuos utilizando como marcador la longitud de los telómeros.
Los telómeros son secuencias de ADN situadas al final de los cromosomas, que protegen el material genético y se acortan con cada división celular. Además, se han medido los niveles de la hormona corticosterona en sangre de los individuos como marcador asociado a la respuesta al estrés.
Fuente: Phys.org.