En retratos, poemas y proverbios, el mundo ha insistido durante mucho tiempo en que las mujeres son el sexo más bello. Charles Darwin se lo planteó. Los artistas lo han pintado. Los publicistas lo han explotado. Pero a pesar de esta suposición tan arraigada, nadie la había sometido jamás a una prueba científica rigurosa.
Ahora, un equipo global de psicólogos y neurocientíficos ha logrado precisamente eso. Basándose en datos de más de 12.000 personas y 11.000 imágenes faciales recopiladas en 28 estudios en los cinco continentes, los investigadores han confirmado lo que la mayoría sospechaba: en casi todas las culturas y grupos de edad estudiados, los rostros de las mujeres se consideran sistemáticamente más atractivos que los de los hombres, tanto por hombres como por mujeres.
La musa
En la mayoría de los animales, son los machos quienes adquieren los rasgos llamativos (como colas de pavo real y melenas de león), mientras que las hembras son las que eligen. Sin embargo, los humanos, a pesar de todos nuestros paralelismos evolutivos, parecemos haber invertido el guion. “Las hembras suelen ser el sexo más exigente”, declaró a New Scientist Eugen Wassiliwizky, neurocientífico del Instituto Max Planck de Estética Empírica y autor principal del nuevo estudio. “Este es el mecanismo que hace que los machos parezcan más extravagantes”.
Pero en los humanos, desde las pinturas renacentistas hasta los clichés románticos, son las mujeres las que se idealizan. El propio Darwin resaltó esta inversión, señalando que los humanos parecen ser inusuales al considerar a las mujeres como “el sexo débil”. Y, sin embargo, como señala el nuevo estudio, la suposición de que las mujeres son más atractivas que los hombres nunca se había comprobado directa y empíricamente, hasta ahora.
El equipo revisó una década de conjuntos de datos de acceso abierto recopilados para otros estudios sobre la percepción del atractivo facial, investigaciones sobre temas como los efectos de las máscaras o las expresiones emocionales en nuestra percepción de los demás. En total, recopilaron calificaciones de más de 12.000 participantes heterosexuales en más de 50 países, analizando cómo los evaluadores masculinos y femeninos calificaban los rostros masculinos y femeninos.
Los resultados fueron claros. Los rostros femeninos se calificaron como más atractivos que los masculinos en casi todas las regiones y grupos étnicos. Esto se aplicó tanto a evaluadores del mismo sexo como del sexo opuesto, aunque el efecto fue mayor entre las mujeres que calificaron a otras mujeres.
Belleza física ¿o percepción de género?
Lo que hace atractivo a un rostro no solo está en la mirada del observador. También está en la estructura ósea.
Para comprender la causa de la “brecha de atractivo de género”, los investigadores fueron un paso más allá. Realizaron un análisis de mediación: en esencia, una prueba estadística para determinar si la diferencia en las calificaciones podía explicarse por las diferencias en las estructuras faciales de hombres y mujeres.
Descubrieron que aproximadamente dos tercios de la diferencia podrían atribuirse al “dimorfismo de forma sexual”, es decir, las sutiles características estructurales que hacen que un rostro parezca masculino o femenino. Estas incluyen aspectos como la forma de la mandíbula, la prominencia de los pómulos y la curvatura de la frente.
¿Y el otro tercio? Se reducía a algo más intangible: saber si la persona era hombre o mujer.
En otras palabras, incluso cuando los rostros masculinos y femeninos eran igualmente femeninos o masculinos en estructura, los evaluadores aún dieron puntuaciones más altas a los rostros que sabían que pertenecían a mujeres.
La paradoja de la generosidad entre pares
Uno de los hallazgos más sorprendentes fue quiénes dieron las calificaciones más altas a los rostros femeninos. No los hombres, sino las mujeres.
Esto no encaja fácilmente con las teorías evolutivas de la selección de pareja. Si las mujeres del estudio eran mayoritariamente heterosexuales, ¿por qué no consideraban a los hombres más atractivos?
Wassiliwizky ofrece algunas teorías. “Las mujeres podrían mostrarse solidarias entre sí o apreciar más la belleza de las demás”, sugiere. También es posible, dice, que las mujeres evalúen los rostros masculinos con criterios más complejos —infiriendo aspectos como la personalidad o la fiabilidad—, lo que podría diluir sus valoraciones del atractivo físico puro.
Las normas sociales también podrían influir. “Saben que los datos que introducen en la computadora son analizados minuciosamente, así que quizá no se sientan cómodas con ello”, añade Wassiliwizky. En otras palabras, las mujeres podrían dudar en valorar positivamente los rostros masculinos si creen que sus respuestas serán juzgadas.
La generosidad entre iguales, o incluso una forma de solidaridad con la belleza, también podría explicar este patrón. En muchas culturas, a las mujeres se les enseña desde pequeñas a valorar la apariencia y se las expone a imágenes idealizadas de la belleza femenina con mayor frecuencia que a los hombres. Esto puede hacer que sean más conscientes y aprecien mejor lo que hace que el rostro de una mujer sea estéticamente agradable.
Las excepciones que confirman la regla
Sin embargo, hubo casos atípicos. El África subsahariana fue la única región donde la brecha de género en las calificaciones de atractivo no fue estadísticamente significativa. Asimismo, los rostros identificados como africanos fueron el único grupo donde las calificaciones de hombres y mujeres no difirieron demasiado.
Karel Kleisner, coautor y biólogo evolutivo de la Universidad Carolina de Praga, señala que “algunas poblaciones de África presentan el menor dimorfismo sexual facial”. En otras palabras, los rostros masculinos y femeninos podrían ser menos diferenciados estructuralmente en esas zonas. La estética cultural también podría influir: “Una limitación importante del estudio es su falta de sensibilidad a la estética específica de la belleza africana”, afirma Kleisner.
Estos matices nos recuerdan que la belleza no es solo biológica. También está determinada por la cultura, la identidad y el contexto.
Los hallazgos abren la puerta a preguntas más profundas. ¿Por qué algunas culturas valoran tanto la feminidad? ¿Son estos sesgos aprendidos, heredados o ambos? ¿Y cómo podrían estas percepciones afectar todo, desde las citas hasta la contratación y la política?
Los hallazgos fueron publicados en el servidor de preimpresión bioRxiv.
Fuentes: ZME Science.