Científicos identifican el probable origen de la tartamudez en el cerebro

Salud y medicina

La tartamudez, un trastorno del habla caracterizado por repeticiones y bloqueos involuntarios, afecta a millones de personas en todo el mundo. Aunque antes se pensaba que era psicológico, un nuevo estudio realizado por un equipo internacional identifica una red cerebral específica que potencialmente subyace a la tartamudez, independientemente de su causa. Este descubrimiento podría conducir a nuevos tratamientos para este trastorno del habla.

Comprender la tartamudez como un trastorno cerebral
La tartamudez afecta aproximadamente al 5-10% de los niños pequeños, y aproximadamente el 1% continúa tartamudeando hasta la edad adulta. La terapia del habla es un enfoque común para tratar la tartamudez, pero no siempre funciona y eso puede ser perjudicial para algunos.

La tartamudez grave puede afectar profundamente la calidad de vida de un individuo. Casi el 40% de los niños entre 12 y 17 años que tartamudean también padecen afecciones como ansiedad o depresión. Los adultos que tartamudean tienen el doble de probabilidades de desarrollar condiciones similares y tres veces más probabilidades de desarrollar trastornos de la personalidad. La tartamudez puede empeorar cuando la persona se siente excitada, estresada o bajo presión.

Históricamente, la tartamudez se consideraba una cuestión psicológica. Sin embargo, investigaciones recientes lo han establecido como un trastorno cerebral relacionado con la regulación de la producción del habla.

La tartamudez también puede adquirirse después de afecciones neurológicas como la enfermedad de Parkinson o un derrame cerebral. A pesar de esto, los mecanismos neurobiológicos precisos siguen siendo difíciles de alcanzar. Estudios previos de imágenes cerebrales produjeron resultados contradictorios, lo que dificulta identificar los orígenes exactos de la tartamudez dentro del cerebro.

Rojo: los nodos centrales de la red cerebral identificados en función de las lesiones de accidente cerebrovascular que causan tartamudez. Azul: cambios estructurales correlacionados con la gravedad de la tartamudez persistente del desarrollo. Crédito: Universidad de Turku/Brain.

El equipo internacional, integrado por investigadores de Finlandia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Canadá, empleó un diseño de investigación novedoso para abordar este desafío. Examinaron a personas que desarrollaron tartamudez después de un derrame cerebral. Curiosamente, los accidentes cerebrovasculares, aunque en diferentes regiones del cerebro, impactaron todos en la misma red.

Esta red, también observada en individuos con tartamudez en el desarrollo, incluía el putamen (implicado en el control motor), la amígdala (vinculada a las emociones) y el claustrum (un centro de comunicación). Cuanto mayores son estos cambios, más grave es la tartamudez, lo que sugiere una red cerebral común que sustenta tanto la tartamudez adquirida como la del desarrollo. Esto contrastaba con los accidentes cerebrovasculares que no provocaban tartamudez.

Implicaciones para tratamientos futuros
“Estos hallazgos explican características bien conocidas de la tartamudez, como las dificultades motoras en la producción del habla y la variabilidad significativa en la gravedad de la tartamudez entre estados emocionales. Como núcleos principales del cerebro, el putamen regula la función motora y la amígdala regula las emociones. El claustrum, a su vez, actúa como nodo para varias redes cerebrales y transmite información entre ellas”, explica Juho Joutsa, profesor de Neurología de la Universidad de Turku.

Comprender la red cerebral específica involucrada abre posibilidades para tratamientos médicos específicos. Por ejemplo, un posible tratamiento podría implicar la estimulación cerebral (esencialmente, aplicar electricidad al cerebro) adaptada a la red cerebral identificada. Esto podría marcar un avance significativo en el manejo y potencialmente alivio de la tartamudez, mejorando las vidas de aquellos afectados por esta desafiante condición.

Los hallazgos aparecieron en la revista Brain.

Fuente: ZME Science.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *