El cuerpo de una mujer es hallado junto a 25 restos de monjes de la Orden de Calatrava en España

Humanidades

Un proyecto de investigación liderado por la Universitat Rovira i Virgili (URV) y el Instituto Max Planck ha estudiado los restos de 25 individuos enterrados entre los siglos XII y XV en el castillo de Zorita de los Canes, en Guadalajara. Tras exhumar los restos del cementerio del castillo, el equipo de investigación pudo determinar la dieta, el estilo de vida y las causas de muerte de los monjes guerreros, miembros de la Orden de Calatrava.

Los resultados, publicados en la revista Scientific Reports, han determinado que 23 de los individuos murieron en batalla y que los caballeros de la orden seguían una dieta propia de la alta sociedad medieval, con un aporte considerable de proteínas animales y pescado de mar, en una zona lejos de la costa. Inesperadamente, Carme Rissech, investigadora de la URV, identificó los restos de una mujer entre los monjes guerreros.

Situado en uno de los recodos del río Tajo a su paso por la provincia de Guadalajara, los restos del castillo de Zorita de los Canes aún se conservan en el mismo cerro donde lo mandó construir el emir Mohamed I de Córdoba en el año 852. La fortaleza, construida para defender el emirato de los ataques cristianos, cambió dos veces de manos hasta que fue conquistada definitivamente por los caballeros de la Orden del Temple en 1124. Cincuenta años después, Alfonso VIII de Castilla cedió la fortaleza a la recién fundada Orden de Calatrava, orden militar y religiosa cisterciense, que tuvo la tarea de defender la frontera, en aquel momento delimitada por el Tajo, de las incursiones almohades.

Cuando a Carme Rissech, investigadora del Departamento de Ciencias Médicas Básicas de la URV, le dijeron que le enviaban los restos de los caballeros de Calatrava, no podía creer que en realidad fueran caballeros. Como parte del proyecto MONBONES, que estudia la dieta y el estilo de vida en los monasterios durante la Edad Media, sus socios analizaron la presencia de isótopos de carbono 14 y nitrógeno 15 en los huesos de los 25 individuos.

Los restos fueron exhumados en el cementerio del castillo de Zorita de los Canes, en Guadalajara. Crédito: Carme Rissech, URV.

También estudiaron los restos de animales encontrados en los alrededores del castillo, lo que complementó la información proporcionada por los isótopos y les ayudó a conocer las costumbres de las personas que vivieron en el castillo entre los siglos XII y XV. Una vez que consiguió los restos en el laboratorio, Rissech los estudió para determinar la edad, sexo, morfología y salud de los individuos y determinar su estilo de vida y causas de muerte.

De los 25 esqueletos estudiados, 23 presentaban marcas compatibles con una muerte violenta. Se trataba principalmente de heridas punzantes y contundentes y se encontraban en las partes del cuerpo más vulnerables y desprotegidas de las armas de la época.

“Observamos muchas lesiones en la parte superior del cráneo, las mejillas y la parte interna de la pelvis, lo que concuerda con la hipótesis de que estamos ante guerreros”, explica Rissech. Fue estudiando las proporciones de los huesos que se dio cuenta de que entre los guerreros había una mujer.

Parte del sitio del que se recuperaron los restos. Crédito: Carme Rissech, URV.

Normalmente, los esqueletos de hombres y mujeres tienen características específicas que los diferencian. “La morfología de los huesos faciales y la pelvis son los ejemplos más evidentes”, explica Rissech.

En algunos individuos estas características pueden no ser decisivas a la hora de determinar el sexo, pero en el caso de estos restos había poco margen de error. ¿Quién era esta mujer? ¿Era ella parte de la orden? ¿Tenía el mismo estatus que los otros caballeros?

Por un lado, las heridas de la mujer llevaron al equipo de investigación a creer que participó y murió en la batalla, ya que no había signos de recrecimiento óseo en sus heridas. “Es posible que haya muerto de una manera muy similar a la de los caballeros varones, y es probable que llevara algún tipo de armadura o cota de malla”, dice Rissech.

Por otro lado, no tenía los mismos indicadores dietéticos que algunos de los individuos analizados. “Observamos un menor nivel de consumo de proteínas en el caso de esta mujer, lo que podría indicar un estatus más bajo en el grupo social”, afirma.

Algunos investigadores han planteado la hipótesis de que se trataba de una sirvienta que habría sido llamada a unirse a los caballeros en la defensa del castillo si fuera necesario, pero la investigadora de la URV no lo cree así: “Su trabajo como sirvienta habría dejado huellas en sus huesos”, indicadores de ciertos tipos de actividad física que ahora podemos identificar”.

En cambio, su esqueleto sí presentaba atributos similares a los de los otros monjes guerreros, cuyo trabajo les exigía entrenarse en el uso de la espada, actividad que deja marcas comprobables que también se observaron en los huesos de la mujer.

“Creo que estos restos pertenecen a una guerrera, pero se necesitan más análisis para determinar hasta qué punto esta mujer es contemporánea de los otros caballeros”, afirma Rissech. Según el investigador, deberíamos imaginarla como una guerrera de unos cuarenta años, de poco menos de cinco pies de altura, ni rechoncha ni esbelta y hábil con la espada.

En la investigación también participaron investigadores de la Universidad de Barcelona y los arqueólogos que dirigieron las excavaciones. Se enmarca en el proyecto MONBONES, que adopta un enfoque multidisciplinar que involucra zooarqueología, antropología, investigación documental y análisis molecular para ofrecer una nueva perspectiva histórica sobre la forma de vida, la alimentación, la salud, la economía y la sociedad en los monasterios de los siglos XIV al XIX.

Fuente: Phys.org.

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