Beber azúcar es peor que comerla para la diabetes. Ahora sabemos por qué

Salud y medicina

Durante décadas, las directrices dietéticas han tratado el azúcar con una brocha gorda. Pero un nuevo estudio de gran alcance sugiere que la historia tiene más matices, y el verdadero villano podría no ser el azúcar en sí, sino cómo lo consumimos.

En el estudio más grande y detallado de su tipo, científicos de la Universidad Brigham Young y varias instituciones alemanas han descubierto un patrón sorprendente: los azúcares consumidos en forma líquida, como los refrescos e incluso los zumos de fruta, se asocian sistemáticamente con un mayor riesgo de diabetes tipo 2. Mientras tanto, los azúcares consumidos en alimentos sólidos, incluido el azúcar de mesa común, podrían no representar tal peligro. De hecho, incluso podrían ofrecer una protección moderada.

“Este es el primer estudio que establece una clara relación dosis-respuesta entre diferentes fuentes de azúcar y el riesgo de diabetes tipo 2”, afirmó Karen Della Corte, profesora de ciencias de la nutrición en BYU y autora principal del estudio, publicado en Advances in Nutrition. “Esto pone de manifiesto por qué beber azúcar, ya sea de refrescos o jugos, es más perjudicial para la salud que comerla”.

Cuando la dulzura se vuelve amarga

Los investigadores recopilaron datos de 29 grandes estudios de cohorte en Europa, América del Norte y del Sur, Asia y Australia. En total, examinaron los hábitos alimentarios de más de 800.000 personas y rastrearon quiénes desarrollaron diabetes tipo 2. Mediante el metanálisis dosis-respuesta —una técnica que analiza el riesgo en un rango completo de ingestas—, encontraron una tendencia consistente.

Cada porción adicional de 355 ml de bebidas azucaradas al día aumentaba el riesgo relativo de diabetes tipo 2 en un 25%. Y el peligro empezó de inmediato: incluso un refresco al día aumentaba las probabilidades. El jugo de fruta no era mucho mejor: cada porción de 225 ml aumentaba el riesgo en un 5%.

Los riesgos eran de “certeza moderada”, según el riguroso sistema de calificación del estudio. Sin embargo, a diferencia de muchas investigaciones previas, el análisis se ajustó al peso corporal, la ingesta calórica, la actividad física, el tabaquismo y otros factores clave del estilo de vida, lo que sugiere que los efectos no eran solo un reflejo de una dieta poco saludable en general.

“Estas asociaciones persistieron incluso después de ajustar el índice de masa corporal y la ingesta energética”, escribieron los autores. Esto significa que el azúcar en sí, especialmente al beberlo, parece tener un impacto único en el organismo.

Cuando los participantes consumieron 20 gramos de azúcar total al día (aproximadamente cinco cucharaditas) como parte de alimentos sólidos, su riesgo de diabetes disminuyó ligeramente (aproximadamente un 4%). Lo mismo ocurrió con la sacarosa, el tipo de azúcar presente en muchos productos horneados y añadido a los cereales.

Estas asociaciones inversas resultaron sorprendentes. “Nuestros resultados no respaldan la suposición común de que la ingesta de azúcar en la dieta, independientemente del tipo y la cantidad, se asocia sistemáticamente con un mayor riesgo de diabetes tipo 2”, escribieron los autores.

En cambio, el contexto parece ser importante. Cuando los azúcares se consumen como parte de alimentos ricos en nutrientes, como la fruta, el yogur o los cereales integrales, no parecen sobrecargar el hígado ni aumentar la insulina como lo hacen las bebidas azucaradas. La fibra, la grasa y las proteínas presentes en estos alimentos pueden ralentizar la absorción del azúcar y atenuar sus efectos metabólicos.

“Esto sugiere que es necesario considerar la fuente de alimentos en la que se consumen los azúcares”, dijo Della Corte.

Por qué el azúcar líquido puede ser el culpable

La diferencia probablemente radica en cómo el cuerpo metaboliza los azúcares líquidos. Bebidas como los refrescos y los jugos se absorben rápidamente y aportan una dosis concentrada de glucosa y fructosa al hígado. Esto puede sobrecargar las vías metabólicas, impulsar la acumulación de grasa en el hígado y promover la resistencia a la insulina, todos precursores de la diabetes.

Los ensayos de alimentación controlada respaldan esta idea. Por ejemplo, estudios han demostrado que consumir bebidas endulzadas con fructosa aumenta la grasa hepática y reduce la sensibilidad a la insulina, incluso con una ingesta calórica total constante.

Un experimento citado por los investigadores reveló que beber el equivalente a dos refrescos azucarados al día durante 10 semanas aumentaba los niveles de insulina y glucosa en sangre en ayunas, pero sólo cuando el azúcar se consumía como bebida. Dosis similares de glucosa no tuvieron los mismos efectos.

“Las bebidas azucaradas que contienen fructosa alteran de forma única el metabolismo hepático y aumentan la resistencia a la insulina”, concluyó el estudio.

Ni siquiera el jugo de fruta, a menudo promocionado como una opción saludable, aliviaba el problema. A pesar de su contenido vitamínico, su alta concentración de azúcar y su falta de fibra hacían que su metabolismo se asemejara más al de un refresco que al de la fruta entera. “Es un mal sustituto de la fruta entera”, escribieron los autores.

Implicaciones para las pautas dietéticas

Durante años, organizaciones de salud como la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana del Corazón han instado a limitar todos los azúcares añadidos. Sin embargo, el equipo dirigido por BYU afirma que estas directrices podrían necesitar ajustes.

En lugar de restringir de forma generalizada todos los azúcares, las futuras recomendaciones podrían centrarse con mayor precisión en el azúcar líquido. Según el estudio, no existe un umbral seguro para las bebidas azucaradas; el riesgo empieza a aumentar desde el primer sorbo.

“Nuestros hallazgos sugieren la importancia del tipo de azúcar para determinar la asociación con el azúcar en la dieta”, escribieron los autores. “Una mayor ingesta de azúcar líquido aparentemente se relaciona con un mayor daño”.

Esto no significa que los azúcares añadidos en los alimentos estén exentos. Pero sí resalta la necesidad de una perspectiva más detallada: una que distinga entre un refresco y un tazón de avena con una cucharada de azúcar moreno.

Como lo expresó Della Corte: “En lugar de condenar todos los azúcares añadidos, las futuras pautas dietéticas podrían considerar los efectos diferenciales del azúcar según su origen y forma”.

No tan rapido…

Este estudio es uno de los más completos jamás realizados sobre el tema, con más de medio millón de participantes y un ajuste por una amplia gama de factores de confusión. El método dosis-respuesta permitió a los investigadores ir más allá de las comparaciones entre dosis altas y bajas y, en su lugar, mapear el riesgo en rangos de consumo realistas.

Sin embargo, existen limitaciones. La evidencia sobre la fructosa y el azúcar añadido por separado fue débil e inconsistente, en parte debido a las diferencias en la definición y medición de estos azúcares en los estudios. Los investigadores tampoco pudieron incluir alimentos específicos como helados o dulces, centrándose en categorías y bebidas más amplias.

Es importante destacar que los autores no afirman que el azúcar presente en alimentos sólidos sea beneficioso. Más bien, argumentan que, cuando se consume en el contexto de una dieta equilibrada, y no como parte de bebidas azucaradas, el azúcar en forma sólida no muestra una asociación perjudicial consistente con el riesgo de diabetes.

Su redacción es cuidadosa:

“Nuestros resultados no respaldan la suposición común de que el azúcar en la dieta (es decir, el azúcar total y la sacarosa), independientemente del tipo y la cantidad, está consistentemente asociada con un mayor riesgo de diabetes tipo 2”.

También señalan que la certeza de la evidencia de estas asociaciones es moderada o baja, y piden más investigaciones para desentrañar los efectos del azúcar en diferentes contextos. Aun así, el mensaje es claro. Si te preocupa la diabetes, la forma en que consumes azúcar puede ser tan importante como la cantidad que consumes. La próxima vez que tengas que elegir entre un jugo de manzana y una manzana, es posible que la ciencia haya inclinado la balanza.

Fuente: ZME Science.

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