Por: Leila Amineddoleh
El sonado robo en el Louvre de París el 19 de octubre de 2025 se desarrolló como una escena de una película de Hollywood: una banda de ladrones roba una selección de deslumbrantes joyas reales expuestas en uno de los museos más famosos del mundo.
Pero con las autoridades pisándoles los talones, los ladrones aún tienen trabajo por hacer: ¿Cómo pueden sacar provecho de su botín?
La mayoría de las obras robadas nunca se recuperan. En los cursos sobre delitos artísticos que imparto, suelo señalar que la tasa de recuperación es inferior al 10%. Esto resulta especialmente preocupante si se tiene en cuenta que entre 50.000 y 100.000 obras de arte se roban cada año en todo el mundo —la cifra real podría ser mayor debido a la falta de denuncias—, y la mayoría de los robos se producen en Europa.
Dicho esto, es bastante difícil lucrarse con obras de arte robadas. Sin embargo, el tipo de objetos sustraídos del Louvre —ocho piezas de joyería de valor incalculable— podría darles a estos ladrones una ventaja considerable.
Un mercado reducido de compradores
Las pinturas robadas no pueden venderse en el mercado del arte porque los ladrones no pueden transmitir lo que se conoce como “título legítimo”, es decir, los derechos de propiedad que corresponden al propietario legal. Además, ninguna casa de subastas ni marchante de arte de renombre vendería a sabiendas arte robado, ni los coleccionistas responsables comprarían obras robadas. Pero eso no significa que los cuadros robados no tengan valor.

En 2002, unos ladrones entraron al Museo Van Gogh de Ámsterdam por el tejado y se llevaron Vista del mar en Scheveningen y Salida de la iglesia reformada de Nuenen. En 2016, la policía italiana recuperó las obras, prácticamente intactas, de una casa de seguridad de la mafia en Nápoles. No está claro si la mafia llegó a comprar las obras, pero es habitual que las organizaciones criminales retengan bienes valiosos como garantía. En otras ocasiones, las obras robadas acaban involuntariamente en manos de coleccionistas.
En la década de 1960, en Nueva York, un empleado del Museo Guggenheim robó un cuadro de Marc Chagall del depósito. Pero el robo no se descubrió hasta que se realizó un inventario años después. Incapaz de localizar la obra, el museo simplemente la eliminó de sus registros.
Mientras tanto, los coleccionistas Jules y Rachel Lubell compraron la obra por 17.000 dólares en una galería. Cuando la pareja solicitó a una casa de subastas que evaluara la obra, un antiguo empleado del Guggenheim en Sotheby’s la reconoció como la pintura desaparecida.
Guggenheim exigió la devolución del cuadro, lo que dio lugar a una contenciosa batalla legal. Finalmente, las partes llegaron a un acuerdo y el cuadro fue devuelto al museo tras el pago de una suma no revelada a los coleccionistas.
Algunas personas compran arte robado a sabiendas. Tras la Segunda Guerra Mundial, circularon obras robadas en el mercado, y los compradores eran plenamente conscientes del saqueo generalizado que acababa de tener lugar en toda Europa.
Con el tiempo, se desarrollaron leyes internacionales que brindaron a los propietarios originales la oportunidad de recuperar bienes saqueados, incluso décadas después. En Estados Unidos, por ejemplo, la ley permite que los descendientes de los propietarios originales recuperen la propiedad de obras robadas, siempre que puedan presentar pruebas suficientes para demostrar sus reclamaciones.
Las joyas y el oro son más fáciles de monetizar

El robo del Louvre no involucró pinturas. Los ladrones se llevaron joyas: una diadema de zafiro; un collar y un pendiente de un conjunto a juego pertenecientes a las reinas francesas del siglo XIX María Amelia y Hortensia; un opulento conjunto de pendientes y collar que perteneció a la emperatriz María Luisa, segunda esposa de Napoleón Bonaparte; un broche de diamantes; y la diadema y el broche con forma de lazo de la emperatriz Eugenia.
Estas obras centenarias, exquisitamente elaboradas, poseen un valor histórico y cultural único. Pero incluso si cada una se rompiera en pedazos y se vendiera por partes, seguirían teniendo un gran valor. Los ladrones pueden vender las piedras preciosas y los metales a comerciantes y joyeros sin escrúpulos, quienes podrían restaurarlos y venderlos. Incluso a una fracción de su valor —el precio que se recibe por el arte saqueado siempre es mucho menor que el que se recibe por el arte de origen legítimo—, las gemas valen millones de dólares.
Aunque es difícil vender artículos robados en el mercado legal, existe un mercado negro para obras de arte saqueadas. Las piezas se pueden vender en reuniones privadas, en locales clandestinos o incluso en la dark web, donde los participantes no pueden ser identificados. Algunos estudios también han revelado que obras de arte y antigüedades robadas —y a veces falsificadas— suelen aparecer en plataformas de comercio electrónico populares como Facebook y eBay. Tras realizar una venta, el vendedor puede eliminar su tienda en línea y desaparecer.
El atractivo sensacional de un robo

Si bien películas como El caso de Thomas Crown presentan robos dramáticos perpetrados por bandidos increíblemente atractivos, la mayoría de los delitos contra el arte son mucho más mundanos. El robo de arte suele ser un delito de oportunidad, y tiende a producirse no en las salas fuertemente custodiadas de las instituciones culturales, sino en almacenes o mientras las obras están en tránsito.
La mayoría de los grandes museos e instituciones culturales no exhiben todos los objetos que custodian. En su lugar, los guardan en depósitos. Menos del 10% de la colección del Louvre se exhibe simultáneamente: apenas unos 35.000 de los 600.000 objetos del museo. El resto puede permanecer oculto durante años, incluso décadas.
Las obras almacenadas pueden extraviarse involuntariamente —como la rara serigrafía de Andy Warhol La princesa Beatriz, que probablemente se desechó accidentalmente, junto con otras 45 obras, durante la renovación de un ayuntamiento holandés— o simplemente ser robadas por los empleados. Según el FBI, alrededor del 90% de los robos en museos son cometidos por empleados.
De hecho, días antes del robo en el Louvre, una obra de Picasso valorada en 650.000 dólares, Naturaleza muerta con guitarra, desapareció durante su traslado de Madrid a Granada. El cuadro formaba parte de un envío que incluía otras obras del maestro español, pero al abrir los paquetes, se descubrió que faltaba. El incidente recibió mucha menos atención pública.
Para mí, el mayor error que cometieron los ladrones no fue abandonar la corona que dejaron caer ni el chaleco que desecharon, dejando esencialmente pistas para las autoridades. Más bien, fue la desfachatez del propio robo lo que captó la atención mundial, garantizando prácticamente que los detectives franceses, los investigadores independientes y las fuerzas del orden internacionales estarán atentos a nuevas piezas de oro, gemas y joyas reales que se ofrezcan a la venta en los años venideros.
Este artículo es una traducción de otro publicado en The Conversation. Puedes leer el texto original haciendo clic aquí.
