Los científicos están conectando los puntos entre el estrés y la pérdida del cabello, incluida una condición común que provoca la caída del cabello en grandes áreas.
El estrés elevado afecta gravemente al cuerpo: puede afectar el sueño, acelerar el corazón y causar dolores musculares. También se ha relacionado con la caída del cabello, como la alopecia areata, una afección crónica en la que las células inmunitarias atacan los folículos pilosos.
Según anécdotas, esta condición suele ir precedida de estrés, pero los científicos no han podido demostrar de forma convincente que uno conduzca al otro. Ahora, un nuevo estudio publicado el miércoles 26 de noviembre en la revista Cell finalmente ha atado los cabos mediante una serie de experimentos con ratones.
“Siempre me ha fascinado cómo las experiencias vitales dejan huella en nuestro cuerpo”, declaró a Live Science en un correo electrónico Ya-Chieh Hsu, coautor del estudio y biólogo regenerativo de la Universidad de Harvard. “Aún sabemos sorprendentemente poco sobre cómo el estrés transforma nuestros tejidos y contribuye a las enfermedades”. Sin embargo, las células ciliadas ofrecen un modelo accesible e informativo para estudiar cómo el estrés afecta al cuerpo, añadió Hsu.
El estrés te pone de los nervios
Tanto la alopecia areata como el efluvio telógeno —otra afección de pérdida de cabello relacionada con el estrés— afectan a las células pilosas en crecimiento. Los aproximadamente 100.000 cabellos que hay en la cabeza de cada persona no pueden ser producidos directamente por células madre. En cambio, crecen mediante células amplificadoras del tránsito del folículo piloso (HF-TAC) de rápida reproducción.
Hsu y sus colegas pensaron que los HF-TAC podrían ser particularmente vulnerables al estrés. Esto se debe a que el estrés refleja el cambio del cuerpo al modo de “lucha o huida“, en el que procesos no esenciales, como el crecimiento del cabello, se relegan en favor de procesos metabólicos esenciales para la supervivencia.
Los autores utilizaron un modelo murino para evaluar la respuesta de los HF-TAC a factores estresantes a corto plazo. Los investigadores inyectaron resiniferatoxina, una sustancia química similar a la capsaicina, la sustancia que da a los chiles su sabor picante. En 24 horas, los ratones habían perdido el 30% de sus folículos pilosos.
El equipo sabía que las inyecciones de resiniferatoxina activan el sistema nervioso simpático, que controla la respuesta de lucha o huida. Observaron que las regiones de la piel de los ratones donde morían más HF-TAC estaban especialmente enriquecidas con fibras nerviosas simpáticas. El bloqueo de las señales a través de estos nervios detuvo la caída del cabello. Además, el bloqueo de los receptores de los HF-TAC que responden a la noradrenalina (una sustancia química liberada por los nervios simpáticos activos) también previno la caída del cabello.
Análisis posteriores demostraron que las células de rápido crecimiento dependen en gran medida de sus centrales energéticas innatas, las mitocondrias, para sustentar su rápido crecimiento. Sin embargo, los aumentos repentinos de noradrenalina activan receptores que inundan estas mitocondrias con iones de calcio, es decir, partículas cargadas de calcio.
“El aumento repentino de calcio daña estas mitocondrias”, explicó Hsu. “Una vez que esto sucede, las células pierden su capacidad de mantener funciones esenciales, como la producción de energía y el equilibrio iónico, y se rompen”. Esto, a su vez, destruye las células ciliadas.
Las células ciliadas no viven eternamente en condiciones normales. En cambio, entran en una etapa estrictamente controlada llamada “catágena“, en la que muchas células de un folículo mueren antes de que este se reinicie para un nuevo ciclo de crecimiento. Las células muertas por estrés, en cambio, parecen morir mediante un proceso descontrolado llamado necrosis.
El equipo de Hsu observó que la necrosis desencadenaba una inflamación desenfrenada en la zona circundante y que los ratones presentaban un aumento en los niveles de células inmunitarias en sus ganglios linfáticos. Cabe destacar que estas nuevas células eran autorreactivas, lo que significa que estaban preparadas y listas para atacar los propios tejidos de los ratones. Los investigadores demostraron que estas células podían entonces infiltrarse en los bulbos pilosos y dañarlos, como se observa en la alopecia areata.
Pero otro misterio de enfermedades como la alopecia areata es que los pacientes pueden experimentar pérdida de cabello durante años después del incidente estresante que desencadenó la enfermedad. Para investigar esto, el equipo permitió que algunos ratones estresados se calmaran y que sus células pilosas volvieran a la fase de crecimiento. Expusieron a los ratones a una señal inflamatoria, similar a la que podrían experimentar durante una infección. Esta inflamación provocó que las células inmunitarias atacaran de nuevo los bulbos pilosos. Sin embargo, en ratones que no habían estado estresados previamente, esta activación inmunitaria no provocó daño en los bulbos pilosos.
“Esto ofrece una posible explicación de por qué algunas personas experimentan alopecia que reaparece mucho después del episodio de estrés inicial”, afirmó Hsu. Es probable que estos mecanismos también contribuyan a otras formas de pérdida de cabello relacionadas con el estrés, añadió, como el efluvio telógeno.
“Además, muchas personas experimentan adelgazamiento o caída del cabello en períodos de estrés sin diagnóstico formal”, señaló. “Es posible que algunas formas más leves y poco reconocidas de pérdida de cabello relacionada con el estrés también compartan componentes de las vías que describimos”.
Aunque el estudio se realiza en ratones de laboratorio, el mapeo del mecanismo apunta a varios pasos en los que las intervenciones médicas podrían reducir el impacto de la caída del cabello relacionada con el estrés y la autoinmunidad. Hsu está interesado en explorar estos tratamientos en trabajos futuros y también pretende explorar cómo el estrés podría contribuir a otras enfermedades autoinmunes.
“Hay mucho más que aprender, no sólo en la piel, sino en muchos sistemas de órganos”, concluyó.
Fuente: Live Science.
