El peligro de las teorías conspirativas

Opinión

Por: Miguel Moreno

Las conspiraciones han sido tan antiguas como la humanidad misma, incluso en la Biblia aparecen menciones a acciones de inteligencia como el envío de espías a Jericó en el libro de Josué. Por otro lado, los romanos hicieron que el término tomara un significado más mediático gracias a las constantes intrigas para derrocar o asesinar enemigos políticos. Las conspiraciones han ayudado a escribir la historia, y las sociedades secretas siempre fueron parte de ello.

No obstante, lo cierto es que reducir los procesos históricos a una simple intervención de grupos de poder sería caer en el reduccionismo. Pero más allá de refutar o analizar los principios de este pensamiento, debemos analizar si en verdad es peligroso o simplemente son encantadores de serpientes a los que no se les debe poner cuidado.

Lo primero que debemos saber es que este tipo de personas, llamadas teóricos de la conspiración, no representan ningún peligro para el sistema que dicen combatir, incluso el mismo sistema puede ser beneficiado. Un ejemplo de ello son los negacionistas del cambio climático, quienes justifican las acciones de la industria de los combustibles fósiles. Los empresarios, a su vez, reciben impunemente privilegios políticos como rescates, subsidios o la falta de consecuencias de sus actos sobre el medio ambiente y la salud humana. En este caso, los antisistema no sólo actúan en un orden anticientífico sino en favor de una oligarquía parasitaria y extractora de rentas.

Ya sabemos que esta clase de personas no representan un peligro para las estructuras de poder político, económico o incluso religioso. Entonces representan un peligro para algo mucho más preocupante: los ciudadanos de a pie. En 1918 Alemania había perdido la I Guerra Mundial, las indemnizaciones que fueron obligados a pagar a los vencedores y el excesivo gasto de la guerra hicieron que el gobierno tomara la decisión de imprimir dinero sin respaldo. Como consecuencia se dio el más conocido episodio de hiperinflación en la historia, sólo superado desde el punto de vista mediático por el caso venezolano actual. El resultado fue una gravísima crisis económica y un empobrecimiento generalizado de las masas. En ese contexto la extrema derecha difundió la idea de que los judíos, en contubernio con los comunistas y los masones traicionaron a Alemania y fueron los verdaderos causantes de la contienda.

El discurso caló entre la población desesperada y en 1933 una dictadura fascista y totalitaria tomó el control del país. El delirio conspirativo siguió hasta 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más sangriento que haya visto la humanidad.

Otro ejemplo de teoría conspirativa fue la paranoia anticomunista que se tomó a Estados Unidos durante la Guerra Fría. El macartismo no sólo trascendió el campo de lo político, grupos ultraconservadores acusaron a cosas que no tenían nada que ver como la recién creada vacuna contra la polio y la fluoración del agua como parte de un complot comunista para controlar al mundo. Afortunadamente, el sentido común y los conocimientos científicos prevalecieron y las técnicas de potabilización del agua han mejorado. Así mismo, la polio es una enfermedad muy rara gracias a la vacunación.

Entonces parece que la respuesta definitiva a la pregunta del título es que sí, las teorías conspirativas son peligrosas. Sin embargo, no podemos pretender que la censura sea la solución más adecuada. En primer lugar, la censura gubernamental puede conllevar a la aplicación arbitraria de ese tipo de leyes. Por otro lado, sólo se deben castigar las violaciones a los derechos naturales o negativos de vida, libertad y propiedad. No es lo mismo acusar falsamente a los judíos de la supuesta debacle de occidente, que, por ejemplo, incendiar una sinagoga. Así mismo, el conocimiento científico se ha nutrido gracias a las ideas de aquellos que desafiaban lo convencionalmente aceptado. Desde Galileo refutando la teoría heliocéntrica pasando por un Darwin que puso en duda el creacionismo, todos ellos eran verdaderos rebeldes que no temieron el ridículo o la censura.

La solución a todo esto está en la exposición de las ideas, en el debate profundo, en la sátira mordaz y en la democratización, ya sea a través de la educación pública o de los medios de comunicación privados como esta página, del conocimiento científico. Más allá de los millones de judíos muertos por el holocausto o de los miles de niños que deben haber quedado sin vacunar, lo que nos debe preocupar es la esencia misma de nuestra civilización y nuestra especie. El afán de innovar y de trascender nuestro estado primitivo cada vez corre más peligro por los charlatanes, los incansables enemigos del progreso.

Este es un artículo de opinión cuya responsabilidad recae exclusivamente en su autor. En ningún caso se debe tomar como parte de la línea editorial de Einsteresante.

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