Parece una obviedad que las personas puedan sentir la lluvia durante una tormenta o el agua de mar en el momento en que saltan al océano. Pero, ¿pueden nuestros cuerpos realmente “sentir” el agua en nuestra piel?
Resulta que la respuesta es no, al menos no técnicamente porque nuestros cuerpos no tienen sensores específicos para detectar líquidos. Más bien, confiamos en un conglomerado de otros sensores para informarnos cuando estamos mojados.
En el cuerpo humano, una red de neuronas conocida como sistema somatosensorial nos ayuda a procesar las cosas que tocamos. Estas neuronas especializadas, que incluyen mecanorreceptores y termorreceptores, son responsables de transmitir información táctil desde la piel al cerebro, lo que nos permite reconocer objetos al sentirlos y detectar diferentes texturas o temperaturas.
Sin embargo, los humanos carecen de higrorreceptores, que permiten a otros animales, como las cucarachas y las abejas, detectar agua o cambios en la humedad de un ambiente. En cambio, “desarrollamos una suposición sobre si hay agua presente o no en la superficie en cuestión, basándonos en la acumulación de evidencia disponible, que es como algo complicado y multidimensional”, dijo Jonathan Samir Matthis, profesor asistente de neurociencia del movimiento humano en la Universidad Northeastern en Boston, a Live Science.
Para identificar líquidos, los humanos aprovechan estímulos visuales y sensaciones táctiles. Por ejemplo, ves el suave fluir del agua corriendo sobre tus manos en el lavabo y sientes la sensación de las gotas golpeando tu cara durante la ducha. Pero la señal más importante que utilizan los humanos para sentir el agua a través de la piel es la temperatura, según un amplio conjunto de investigaciones.
“Si tienes algo de humedad en la piel, lo más probable es que se evapore y te enfríe”, dijo Davide Filingeri, fisiólogo ambiental y sensorial de la Universidad de Southampton en el Reino Unido, que fue pionero en gran parte de la investigación sobre cómo los humanos procesan la humedad. Como resultado, los humanos podrían haber sido condicionados a asociar la sensación de frío con la presencia de humedad, dijo.
Esto puede explicar por qué es difícil saber cuándo está seca la ropa tendida afuera si también hace frío, o por qué sentarse en una silla de metal fría a veces puede parecer como estar sentado en un charco. En un estudio de 2013, Filingeri puso a prueba esta sensación confusa. El equipo de investigación vendó los ojos a nueve personas y realizó una serie de pruebas en las que presionaron una sonda seca de diferentes temperaturas frías en el antebrazo de cada participante. Cinco de los nueve participantes percibieron que los estímulos secos eran húmedos si estaban alrededor de 0°C, lo que confirma que confiaban solo en la temperatura para determinar si algo estaba húmedo.
“El cerebro no tiene nada que pueda distinguir entre la ilusión de humedad y la humedad real”, dijo a Live Science.
En 2014, Filingeri realizó esencialmente el experimento opuesto, en el que probó el efecto de estímulos cálidos y húmedos en un grupo de participantes con los ojos vendados. Descubrió que ninguno de los individuos era capaz de percibir humedad durante ninguna de las simulaciones a más de 4°C por encima de la temperatura de su piel.
Con estos hallazgos, Filingeri está trabajando actualmente con diseñadores de ropa para crear ropa deportiva que sea más transpirable y pueda soportar mejor el sudor. Además, su laboratorio está trabajando con el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Lausana (EPFL) para restaurar las sensaciones térmicas en amputados con prótesis para que puedan engañar al cerebro para que “sienta” la humedad en las extremidades faltantes.
“Hay muchas aplicaciones clínicas y no clínicas interesantes para parte de este trabajo”, afirmó Filingeri.
Fuente: Live Science.