En las primeras horas de la mañana, cuando se hizo evidente la victoria electoral de Donald Trump, los académicos de todo el país, estupefactos, comenzaron a recoger los pedazos. Donald Trump ya había librado una guerra contra la ciencia y este mandato promete aún más agresión. En cuestión de horas, las redes sociales se inundaron de especulaciones: ¿Qué significaría el segundo mandato de Trump para la salud pública? ¿Para la ciencia? ¿Para un país que todavía lidia con las cicatrices duraderas de una pandemia global?
Muchas de las voces más respetadas del país en materia de salud pública y ciencia se apresuraron a expresar sus preocupaciones, señalando precedentes preocupantes del primer mandato de Trump.
“Tenemos mucho trabajo por hacer y temo que nos espera un camino difícil”, dijo Saskia Popescu, epidemióloga y profesora adjunta de la Universidad de Maryland, a The Bulletin of Atomic Scientists. Su tono reflejaba la inquietud compartida por científicos, defensores de la salud pública e incluso expertos en bioseguridad. Temen que, con el regreso de Trump, Estados Unidos se aleje drásticamente de un enfoque científico para la formulación de políticas, poniendo en riesgo a millones de personas y décadas de progreso.
Un enfoque aislacionista para la salud mundial
Uno de los cambios más significativos podría producirse en el ámbito de la cooperación internacional en cuestiones de salud. Trump ya había retirado a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) durante el auge de la pandemia de COVID-19, una medida ampliamente criticada por científicos y líderes mundiales por igual. La OMS depende en gran medida de la financiación estadounidense, y la retirada anterior de Trump afectó la capacidad de la organización para responder a las crisis internacionales, especialmente a la COVID, que se cobró la vida de casi siete millones de personas en todo el mundo.
Georgios Pappas, médico e investigador de enfermedades zoonóticas, teme que otra salida de la OMS debilite la posición de Estados Unidos en materia de salud mundial. “Retirar o reducir el apoyo estadounidense a la OMS y recortar la financiación de otros programas de salud pondrá en peligro logros fundamentales contra las enfermedades infecciosas”, advirtió.
La victoria de Trump también genera incertidumbre sobre las iniciativas de salud global de larga data, como el Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del SIDA (PEPFAR). Este programa, iniciado bajo George W. Bush, ha salvado millones de vidas al proporcionar tratamiento vital a personas con VIH y SIDA, principalmente en África, pero es probable que se le quite la financiación durante el mandato de Trump. Pappas no es el único que tiene miedo. Otros expertos advierten que este posible giro hacia el aislacionismo podría convertir a Estados Unidos de ser un líder mundial en salud en una nación aislada.
Escepticismo sobre las vacunas y desinformación sanitaria
En casa, la postura de Trump sobre las vacunas es alarmante. Durante la pandemia del COVID-19, su administración ayudó a acelerar el desarrollo de vacunas, un gran triunfo científico. Sin embargo, Trump también se convirtió en una figura polarizadora, que a menudo difundía mensajes contradictorios sobre la gravedad del COVID-19, la necesidad de confinamientos y los beneficios de la vacunación. Trump recibió su dosis de la vacuna, por lo que técnicamente no es un escéptico de las vacunas, pero gran parte de su base parece haber adoptado el escepticismo sobre las vacunas y considera que las mascarillas y las vacunas son símbolos de la extralimitación del gobierno. En línea con su retórica populista, Trump puede satisfacer a su base de votantes alterando las regulaciones actuales sobre las vacunas.
Los líderes de salud pública están especialmente preocupados por los vínculos de Trump con Robert F. Kennedy Jr., uno de los activistas antivacunas más vocales del país. Recientemente, Trump insinuó la posibilidad de nombrar a Kennedy para un puesto destacado en materia de salud, una posible alianza que parece un retroceso hacia el negacionismo científico. “Podríamos ver un desmantelamiento y reestructuración de las agencias federales de salud”, advirtieron, añadiendo que la promoción de teorías antivacunas por parte de Kennedy podría socavar la confianza en las inmunizaciones que salvan vidas.
Robert F. Kennedy Jr. ha surgido como una figura destacada en el movimiento antivacunas, difundiendo con frecuencia información errónea que contradice el consenso científico establecido. Ha afirmado persistentemente, sin pruebas creíbles, que las vacunas están vinculadas al autismo y otros problemas de salud, afirmaciones que han sido completamente desacreditadas por una amplia investigación. La organización de Kennedy, Children’s Health Defense, ha sido identificada como una fuente importante de información errónea sobre las vacunas, lo que contribuye a la vacilación pública y socava los esfuerzos de salud pública. Durante la pandemia de COVID-19, Kennedy difundió relatos falsos sobre la seguridad y eficacia de las vacunas. Si Kennedy se suma a la administración de Trump, parece probable que muchas agencias federales de salud se vean afectadas y puedan revertir el progreso en materia de seguridad y políticas de vacunación.
Tales medidas se producirían en un momento precario. Aunque el recuerdo público de la COVID-19 puede estar desvaneciéndose, amenazas emergentes como la gripe aviar H5N1 y una nueva cepa de mpox en África resaltan el riesgo constante de otra pandemia. Sin políticas sólidas de vacunación, Estados Unidos podría ver un resurgimiento de enfermedades prevenibles que habían sido casi erradicadas, desde el sarampión hasta la polio.
¿Un ataque a la experiencia científica?
En el primer mandato de Trump, los expertos se sintieron marginados por un líder que a menudo priorizaba sus instintos sobre la evidencia. A medida que se desarrollaba la pandemia de COVID-19, los funcionarios de salud experimentados se encontraron en desacuerdo con una Casa Blanca más interesada en controlar el relato que en enfrentar el virus.
Esta tendencia puede empeorar en el segundo mandato de Trump, con una propuesta para reclasificar a los empleados federales como designados políticos. Bajo un sistema de este tipo, muchos científicos experimentados en agencias federales podrían ser reemplazados por aliados políticos, reduciendo la capacidad del gobierno para brindar orientación científica no partidista. Allison Berke, experta en bioseguridad, se preocupa por las posibles consecuencias: “La revocación de la ‘doctrina Chevron’ por parte de la Corte Suprema… promete transferir aún más poder de los expertos a los designados políticos, reduciendo la capacidad de los científicos para asesorar de manera significativa sobre políticas”.
Trump ya ha insinuado la disolución de la Oficina de Política de Preparación y Respuesta ante Pandemias, una medida que probablemente dejaría a Estados Unidos vulnerable a futuros brotes. Los expertos advierten que sin esta oficina, la capacidad de la nación para anticipar y responder a las pandemias podría erosionarse aún más, con trágicas consecuencias.
Preocupaciones ambientales y de bioseguridad
Se espera que la reelección de Trump también afecte la ciencia climática y la política de bioseguridad. Los defensores del medio ambiente temen que la anterior minimización del cambio climático por parte de Trump continúe. Durante su primer mandato, tomó medidas para reducir la influencia de la Evaluación Nacional del Clima, el informe integral del gobierno federal sobre los impactos climáticos en Estados Unidos. Ahora, ante una temperatura global que probablemente batirá récords, la administración de Trump podría retrasar o ignorar iniciativas críticas en materia de ciencia climática.
Al Mauroni, un analista de políticas de alto nivel especializado en bioseguridad militar, también pinta un panorama sombrío para la seguridad en los laboratorios. “Dado el crecimiento significativo de la investigación biológica en Estados Unidos, deberíamos ver más regulación federal y transparencia para garantizar prácticas seguras”, señaló. En cambio, Mauroni y otros esperan que la administración de Trump afloje las restricciones a las empresas biotecnológicas estadounidenses, permitiéndoles avanzar sin la supervisión necesaria para prevenir accidentes o mal uso.
En la intersección entre los asuntos exteriores y la investigación, la administración de Trump podría potencialmente restablecer la controvertida “Iniciativa China”, un programa del Departamento de Justicia dirigido al espionaje económico. Si bien sus defensores argumentan que protege la propiedad intelectual estadounidense, los críticos sostienen que corre el riesgo de atacar de manera discriminatoria a los científicos nacidos en China. Los defensores de la ciencia temen que una postura agresiva hacia China pueda enfriar las colaboraciones internacionales que son vitales para la innovación científica.
Financiación del futuro de la ciencia y amenazas a la diversidad
Aunque Trump ha expresado su apoyo a la innovación tecnológica, sus prioridades presupuestarias podrían limitar el panorama científico. En virtud de la Ley CHIPS y Ciencia, la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF) iba a recibir un aumento presupuestario para impulsar la fabricación de semiconductores y la financiación de la ciencia básica en Estados Unidos. Sin embargo, declaraciones recientes del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, indican que los republicanos de la Cámara podrían recortar estos fondos, en particular los que apoyan la justicia ambiental y las iniciativas de diversidad en los campos STEM.
¿El resultado? Los planes de la NSF de duplicar su presupuesto en los próximos cinco años pueden estar en peligro, socavando los esfuerzos por mantener la competitividad de Estados Unidos en un mundo donde los avances científicos son cada vez más fundamentales.
La investigación biomédica puede enfrentar obstáculos similares. La posible reestructuración de Trump de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) podría frenar los avances en los tratamientos de enfermedades y aumentar los obstáculos burocráticos para la investigación que salva vidas. Si bien anteriormente ha apoyado la investigación de vacunas, los expertos temen que el panorama más amplio de la investigación biomédica pueda sufrir con un presupuesto más restrictivo.
En los próximos años, los científicos se preocupan no sólo por la financiación, sino también por la erosión de la inclusión en la investigación. Los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en las agencias federales y las universidades probablemente sean el objetivo de las políticas de la administración. Con figuras como el senador Ted Cruz, un crítico abierto de los DEI y designado para liderar el comité de comercio y ciencia del Senado, los programas diseñados para ampliar la participación en los campos de STEM podrían verse revertidos, lo que amenazaría años de progreso en hacer que la ciencia sea más accesible para los grupos subrepresentados. Cruz también es un crítico abierto de los programas de investigación y mitigación del cambio climático.
Los estudios han demostrado que los equipos de investigación diversos impulsan descubrimientos más innovadores e impactantes. Al desmantelar estos programas, Estados Unidos corre el riesgo de marginar a científicos talentosos y dejar un vacío en el ámbito científico mundial.
Mientras Donald Trump se prepara para su regreso a la Casa Blanca, las comunidades científicas y de salud pública se preparan para un período desafiante. Ya sean políticas de vacunas que podrían dejar a millones de personas vulnerables a enfermedades prevenibles, una reducción en la supervisión científica o un retroceso en las alianzas internacionales de salud, lo que está en juego nunca ha sido tan importante.
Las preguntas resuenan ahora mucho más allá de los círculos científicos. ¿Seguirá Estados Unidos a la cabeza de la ciencia y la salud mundial? ¿O, como temen los expertos, estamos en el umbral de una nueva era definida por el negacionismo científico y la menor resiliencia frente a la crisis?
Fuente: ZME Science.