En el fondo de los océanos y mares se encuentran más de 8.500 naufragios de dos guerras mundiales. Se calcula que estos naufragios contienen hasta 24.000 millones de litros de petróleo, además de municiones, metales pesados tóxicos e incluso armas químicas.
Durante décadas, estos naufragios han permanecido ocultos, pero durante todo este tiempo sus estructuras se han ido degradando, aumentando inexorablemente las posibilidades de que se produzcan liberaciones repentinas de sustancias tóxicas en el medio marino.
En algunas partes del mundo, el cambio climático está exacerbando este riesgo. El aumento de las temperaturas oceánicas, la acidificación y el aumento de las tormentas aceleran la descomposición de estos naufragios.
Por supuesto, los naufragios de las guerras mundiales están lejos de ser los únicos que se encuentran en el fondo del mar, ya que muchos otros se suman al problema. Se ha estimado que el coste de abordar este problema global es de 340.000 millones de dólares.
¿Cuántos de estos naufragios suponen una amenaza para la seguridad de las personas, las comunidades costeras y el medio ambiente? ¿Qué se puede hacer y por qué no lo hemos hecho antes?
Mapeo del problema
Las cifras brutas en dólares y la cantidad de naufragios en el mapa son motivo de preocupación. El trabajo de investigadores como Paul Heersink ha reunido diferentes conjuntos de datos para ayudar a visualizar la escala del desafío. Sin embargo, estas cifras y la posición de los puntos en los mapas también pueden dar una falsa sensación de certeza.
Sigue siendo cierto que los océanos y mares del mundo no están tan bien cartografiados como nos gustaría, ya que aproximadamente el 23% ha sido descrito y cartografiado en detalle. Incluso ese nivel de detalle a menudo no alcanza lo que necesitamos para identificar positivamente un naufragio, y mucho menos para determinar el riesgo que podría suponer.
Existe un esfuerzo mundial en curso para mejorar nuestra cartografía del espacio oceánico bajo los auspicios del proyecto Seabed 2030, que busca alcanzar una resolución universal de 100x100m. Eso significa que un “píxel” de información equivaldría a dos campos de fútbol.
Esto será transformador para nuestra comprensión del fondo del océano, pero no revelará el detalle de todas esas cosas que podrían ocultarse dentro de esos dos campos de fútbol (que incluyen bastantes naufragios). Muchos de los naufragios que pueden plantear los mayores problemas se encuentran en aguas costeras menos profundas, donde las iniciativas de cartografía del gobierno y el trabajo de la industria brindan resoluciones mucho más altas, pero aún así el desafío de la identificación sigue vigente.
¿Qué pasa con los registros de archivo? Los registros históricos, como los que conserva la Fundación Lloyd’s Register en Londres, son fundamentales para aportar mayor certeza a la escala y la naturaleza del desafío. Contienen los detalles de las estructuras de los barcos, las cargas transportadas y las últimas posiciones conocidas antes de la pérdida.
La precisión de esas posiciones, sin embargo, es variable, lo que significa que saber exactamente en qué parte del fondo marino puede estar un naufragio y, por lo tanto, cómo inspeccionarlo y evaluar su riesgo, no es sencillo. Esto queda de manifiesto en el trabajo del arqueólogo marítimo británico Innes McCartney y el oceanógrafo Mike Roberts, cuyas detalladas investigaciones geofísicas y de archivo en el mar de Irlanda demostraron que los naufragios históricos se han atribuido y ubicado incorrectamente con frecuencia. Esto significa que los puntos del mapa a menudo están en los lugares equivocados y hasta el 60% puede estar en lugares desconocidos en el fondo del mar.
Una carrera contra el tiempo
La mayoría de los naufragios que generan mayor preocupación son de metal o de construcción de metal y madera. El acero de estos naufragios se está degradando lentamente, lo que aumenta la posibilidad de que se derramen las cargas y se rompan los componentes. Sin embargo, esto es solo una parte del riesgo.
El mar se está convirtiendo en un lugar cada vez más concurrido, a medida que realizamos una pesca más intensiva y aumentamos la construcción de parques eólicos marinos y otras instalaciones energéticas para cumplir con los compromisos de cero emisiones netas. Todo esto afecta al lecho marino y puede perturbar físicamente o cambiar la dinámica de los lugares de naufragios.
Existe un creciente reconocimiento mundial de la necesidad de abordar este problema. Hasta la fecha, este problema sigue sin resolverse debido al complejo desafío internacional e interdisciplinario que plantea.
Muchos de los naufragios se encuentran en aguas de países que no tienen nada que ver con el propietario original del barco. ¿Cómo podemos determinar quién es responsable? ¿Y quién paga la limpieza, especialmente cuando el propietario original se beneficia del vacío legal de la inmunidad soberana?
Según este concepto, el Estado del pabellón (el país donde está registrado el barco) no puede ser considerado responsable en virtud del derecho internacional y, por lo tanto, no está legalmente obligado a pagar. Más allá de estas cuestiones fundamentales de responsabilidad, existen desafíos técnicos. Es difícil saber exactamente cuántos naufragios preocupantes hay y cómo localizarlos.
¿Cómo evaluamos entonces su estado y determinamos si es necesario intervenir? Y, en caso afirmativo, ¿cómo intervenimos?
Cada una de estas cuestiones es un desafío complejo, y su solución requiere la contribución de historiadores, arqueólogos, ingenieros, biólogos, geofísicos, geoquímicos, topógrafos hidrográficos, analistas de datos geoespaciales e ingenieros. Esto ya ha estado ocurriendo, con proyectos regionales que han logrado avances críticos y han demostrado lo que se puede lograr. Sin embargo, la inmensa escala del problema supera la cantidad de trabajo realizado hasta la fecha.
Las nuevas tecnologías son claramente fundamentales, al igual que las nuevas actitudes. En el centro del problema hay una cuestión de conocimiento y certeza: ¿es este el naufragio que creemos que es? ¿Supone un problema y, en caso afirmativo, en qué escala de tiempo?
Los avances en los drones submarinos conocidos como vehículos submarinos autónomos (AUV), que están equipados con una serie de sensores para medir el lecho marino y detectar contaminantes, podrían ayudar a mejorar nuestro conocimiento sobre la ubicación de los naufragios, lo que transportan y su estado de deterioro. Los AUV pueden proporcionar datos relativamente baratos y de alta resolución que producen menos emisiones que una campaña de estudio comparable realizada desde un gran buque de investigación.
Pero también necesitamos compartir esa información y compararla con datos de archivos para ayudar a generar conocimiento y mayores niveles de certeza. Con demasiada frecuencia, los estudios e investigaciones submarinas se realizan en compartimentos estancos, con datos en poder de agencias o empresas individuales, lo que impide un aumento rápido y acumulativo de la comprensión. No se conoce por completo la gravedad del riesgo ambiental y de seguridad que plantean los naufragios en el fondo del océano, ni cómo cambia con el tiempo, pero es un problema que podemos resolver.
Es necesario actuar ahora, impulsado por un marco regulatorio y de financiación sólido, y normas técnicas para la remediación. Se ha convocado una asociación mundial, cuyo nombre en código es Proyecto Tangaroa, para estimular ese marco, pero se requiere voluntad política y financiación para convertirlo en realidad. A través de un trabajo de archivo y estudio específico, y compartiendo datos e ideas, podemos trazar un rumbo hacia un futuro en el que el mar no sea un lugar donde ignoremos hoy cosas que nos amenazarán mañana.
Fuente: The Conversation.