¿Por qué el tiempo parece acelerarse a medida que envejecemos, según la neurociencia?

Biología

Si alguna vez te preguntaste por qué los veranos de la infancia se alargaban eternamente mientras que la edad adulta pasa volando, no eres la única persona que se lo pregunta, y la neurociencia puede tener finalmente una respuesta. Un nuevo estudio que investigó el interior del cerebro envejecido revela que nuestra percepción interna del tiempo podría acelerarse no porque algunos relojes internos funcionen de forma diferente, sino porque nuestros cerebros dejan de percibir tantos cambios. Dirigido por Selma Lugtmeijer, de la Universidad de Birmingham, el equipo de investigación descubrió que los “estados neuronales” (patrones de actividad cerebral que representan momentos o eventos distintos) se alargan y se vuelven menos diferenciados con la edad. En términos más simples, cuanto más mayores nos hacemos, menos “cortes” mentales hace nuestro cerebro en la película de nuestras vidas.

Un experimento de Hitchcock dentro del cerebro

El diseño del experimento fue cinematográfico tanto en su alcance como en su espíritu. Utilizando datos de 577 participantes de entre 18 y 88 años del proyecto del Centro de Envejecimiento y Neurociencia de Cambridge (Cam-CAN), los investigadores reanalizaron imágenes cerebrales tomadas mientras los participantes veían un fragmento de ocho minutos de la película de Alfred Hitchcock ¡Bang! Estás muerto.

La actividad cerebral de cada espectador se registró mediante resonancia magnética funcional (fMRI), capturando los cambios momento a momento a medida que la tensión se acumulaba en la pantalla. Posteriormente, el equipo aplicó un algoritmo de aprendizaje automático llamado Búsqueda de Límites de Estado Voraz (Greedy State Boundary Search), que básicamente detecta patrones cuando el cerebro pasa de un estado de actividad estable a otro. Estas transiciones representan el momento en que el cerebro “decide” que algo nuevo está sucediendo.

Los hallazgos fueron sorprendentes: los cerebros más jóvenes alternaban entre estados neuronales con mayor frecuencia, mientras que los cerebros más viejos permanecían más tiempo en cada estado. En las regiones visual y prefrontal (áreas vinculadas a la percepción y la memoria), el cambio fue particularmente marcado.

El efecto de la edad sobre la mediana de la duración del estado alcanzó el umbral de significación tras la corrección FDR. La duración del estado fue mayor con el aumento de la edad (basado en 34 grupos), especialmente en la corteza visual y la corteza prefrontal ventral (CPFV). Crédito: Lugtmeijer et al., 2025, Communications Biology.

“Esto sugiere que estados neuronales más largos [y por lo tanto menos numerosos] dentro del mismo período pueden contribuir a que los adultos mayores experimenten que el tiempo pasa más rápido”, escribieron los autores en su nuevo estudio.

Cuando el carrete de película del cerebro se ralentiza

Los investigadores vinculan este efecto con la desdiferenciación neuronal, un proceso en el que las respuestas especializadas del cerebro —a rostros, objetos o escenas— se vuelven menos nítidas con la edad. Y podría explicar por qué meses o incluso años pueden parecer desvanecerse en retrospectiva. Imagine una película donde la cámara pierde lentamente el foco: los límites entre una escena y la siguiente comienzan a difuminarse. Sugieren que el cerebro de los adultos mayores podría procesar experiencias continuas con menos interrupciones claras, creando la ilusión de que el tiempo pasa volando.

El neurocientífico Giorgio Vallortigara de la Universidad de Trento, que no participó en el estudio, dijo a Live Science que los hallazgos “parecen muy plausibles” porque conectan una experiencia humana subjetiva con patrones neuronales mensurables.

Hay más en la historia. Joanna Szadura, lingüista de la Universidad Maria Curie-Skłodowska, señaló que los humanos vivimos con dos escalas de tiempo: una objetiva y otra interna. Un año parece inmenso para un niño de cinco años porque representa el 20% de su vida hasta el momento, pero para uno de cincuenta, es apenas un 2%. “La percepción del tiempo depende no solo del número de ‘eventos’ neuronales en el cerebro, sino también de la forma interna no lineal en que medimos el tiempo”, declaró a Live Science.

Ignacio Polti, neurocientífico del Instituto Kavli de Noruega, lo explica así: “El tiempo, como lo ilustra el reloj, es una construcción. Cuando el cerebro mide el tiempo, lo hace en función de la cantidad de cambio que percibe”. Las nuevas experiencias —aprender una habilidad, viajar, enamorarse— amplían nuestras líneas temporales internas porque generan más cambios y más memoria. Las rutinas, en cambio, se difuminan.

¿Podemos hacer que el tiempo parezca más lento?

Los hallazgos de Cam-CAN sugieren que los adultos mayores experimentan menos eventos neuronales por unidad de tiempo, pero la superposición entre los cambios en el estado cerebral y los límites de los eventos en el mundo real se mantiene estable. Esto significa que nuestros cerebros aún reconocen los puntos principales de la trama, pero no todos los cambios menores intermedios.

En el estudio, esta alineación fue más intensa en las regiones cerebrales vinculadas a la atención y la memoria, como la corteza prefrontal medial y el giro insular. Sin embargo, las regiones más afectadas por el envejecimiento, especialmente la corteza visual, mostraron transiciones más lentas, lo que sugiere que los detalles perceptivos se desvanecen primero.

“La segmentación gruesa de eventos permanece en gran medida estable a lo largo de la vida”, concluyen los autores, “pero el envejecimiento está asociado con una desdiferenciación temporal neuronal o una difuminación del tiempo”.

Si el ritmo de edición del cerebro determina la velocidad de la vida, ¿existe alguna manera de cambiarlo? La coautora Linda Geerligs, de la Universidad de Radboud, ofreció una respuesta esperanzadora: “Aprender cosas nuevas, viajar y participar en actividades novedosas puede ayudar a que el tiempo parezca más amplio en retrospectiva”, afirmó. “Sin embargo, quizás aún más importantes sean las interacciones sociales significativas y las actividades que brindan alegría”.

En otras palabras, el tiempo no sólo vuela cuando te diviertes: también se ralentiza si realmente prestas atención.

Nuestro sentido del tiempo

Nuestro sentido del tiempo depende de cómo lo experimentamos: momento a momento o en retrospectiva.

Imagina un viaje de una semana a la soleada Alicante. Mientras estás allí, todo te parece nuevo: la comida, las calles, el idioma. Estás tan absorto que los días parecen desvanecerse. Pero al recordar el viaje, lo sientes pleno y expansivo, repleto de recuerdos. Compara eso con el viaje de vuelta: un retraso de tres horas en el vuelo que se hace eterno mientras miras el reloj. En el momento, la emoción comprime el tiempo; el aburrimiento lo alarga. Más tarde, sin embargo, son las nuevas experiencias las que llenan las páginas de tu memoria, haciendo que esa semana en Alicante se sienta rica y larga.

A medida que los neurocientíficos desvelan las capas de la percepción, descubren que nuestro sentido del tiempo se parece menos a un reloj y más a una historia que nos cuenta el cerebro, una historia que cambia de ritmo con la edad. El carrete sigue avanzando, pero los cortes se hacen más espaciados. Hasta que un día nos damos cuenta de que lo hemos visto todo a doble velocidad.

Los hallazgos aparecieron en la revista Communications Biology.

Fuente: ZME Science.

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