La Luna no tiene atmósfera, ni clima, ni viento. Sin embargo, se enfrenta a un bombardeo invisible más implacable que cualquier tormenta terrestre, una lluvia constante de micrometeoroides, diminutos fragmentos de roca y metal que viajan a velocidades de hasta 70 kilómetros por segundo.
Mientras el programa Artemis de la NASA se prepara para establecer una base lunar permanente, comprender esta amenaza silenciosa se ha vuelto fundamental para mantener a salvo a los futuros astronautas. Un nuevo análisis dirigido por Daniel Yahalomi cuantifica la intensidad de este bombardeo. Utilizando el Modelo de Ingeniería de Meteoroides de la NASA, los investigadores calcularon las tasas de impacto para una hipotética base lunar de un tamaño similar al de la Estación Espacial Internacional.
Las cifras son alarmantes: entre 15.000 y 23.000 impactos al año provocados por partículas que van desde una millonésima de gramo hasta diez gramos.
No se trata de colisiones leves. Incluso una partícula de tan solo un microgramo, invisible a simple vista, impacta con la energía suficiente para crear cráteres en el metal y potencialmente perforar equipos.
A diferencia de la Tierra, donde nuestra densa atmósfera vaporiza la mayor parte de los desechos antes de que lleguen al suelo, el vacío lunar no ofrece tal protección. Cada micrometeorito que se aproxima a la superficie lunar impacta a hipervelocidad.

Sin embargo, la amenaza no es uniforme en todo el paisaje lunar. El equipo de Yahalomi descubrió que las tasas de impacto varían según la ubicación, y los polos lunares experimentan el menor bombardeo, lo cual es una buena noticia dado que la NASA ha elegido el polo sur como objetivo para su primera base Artemis.
Las tasas de impacto más elevadas se producen cerca de la longitud sub-terrestre, la región que siempre mira hacia nuestro planeta. Entre estos extremos, las tasas de impacto varían en un factor de aproximadamente 1,6.
¿Por qué importa la ubicación? La respuesta reside en la compleja relación de la Luna con la Tierra y el Sol. La órbita lunar protege ciertas regiones de las lluvias de meteoroides, mientras que otras permanecen más expuestas.
Comprender estos patrones ayuda a los planificadores de misiones a elegir lugares que ofrezcan protección natural junto con otras necesidades como el acceso al hielo de agua y la comunicación con la Tierra. Los sistemas de protección serán esenciales independientemente de la ubicación. Los investigadores modelaron el rendimiento en la Luna de los escudos Whipple de aluminio, los mismos sistemas de protección multicapa utilizados en la Estación Espacial Internacional.

Estos escudos funcionan fragmentando las partículas entrantes sobre una capa exterior de sacrificio, dispersando la energía del impacto antes de que alcance equipos críticos o las paredes del hábitat. El análisis proporciona a los diseñadores de misiones una relación matemática que describe cuántos impactos penetrarían el blindaje en función de las especificaciones y la ubicación del mismo.
Esto permite a los ingenieros calcular el espesor preciso de protección necesario para reducir el riesgo a niveles aceptables sin añadir masa innecesaria a las estructuras lanzadas desde la Tierra. Para los astronautas que pasan meses en una base lunar, esta lluvia de escombros, en su mayoría invisible, se convertirá en parte de la vida cotidiana, un recordatorio de que incluso en nuestro vecino celeste más cercano, el espacio sigue siendo fundamentalmente hostil a nuestra presencia.
Fuente: Science Alert.
