Tres marcas de dientes en la costilla indican que la ballena fue mordida severamente por un animal de mandíbula fuerte. A juzgar por el espacio de 6 centímetros entre las marcas de dientes, los científicos creen que el atacante fue un tiburón de dientes enormes, Carcharocles megalodon, o tal vez otra especie de tiburón grande que estaba viva en ese momento. No está claro si la ballena logró escapar o no.
Encontrar fósiles que capturen momentos de interacción entre depredadores y presas es excepcionalmente raro. Sin embargo, esto es precisamente lo que los paleontólogos han descubierto en el fragmento de costilla: tres marcas de dientes distintas que sugieren una poderosa mordedura de un depredador de mandíbula fuerte. El espacio entre estas marcas de dientes, de aproximadamente 6 cm de distancia, sugiere que el atacante no fue otro que el famoso tiburón de dientes enormes, Carcharocles megalodon, o posiblemente otra especie de tiburón grande que vagaba por los océanos del Plioceno.
Los tiburones cazan ballenas
Stephen Godfrey, paleontólogo del Museo Marino Calvert en Solomons, Maryland, y colaborador de investigación del Smithsonian, está a la vanguardia de este descubrimiento. “Uno ciertamente no espera encontrar evidencia de comportamiento animal preservado en el registro fósil, pero este fósil muestra precisamente eso, una depredación fallida”, dice. El tiburón puede haber infligido una herida importante, pero no logró dar un golpe fatal. La ballena logró sobrevivir al ataque inicial, como lo indican los signos de curación en el hueso de la costilla.
Lo que distingue a este fósil no es solo la evidencia de la mordedura sino la historia que el hueso en sí cuenta sobre la lucha de la ballena por sobrevivir. La mayor parte del fragmento de costilla está cubierto con un tipo de hueso conocido como “hueso entrelazado”.
Según Don Ortner, antropólogo del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian, el hueso entrelazado se forma rápidamente en respuesta a una infección o trauma localizado. Este tipo de hueso es más débil que el “hueso compacto” más estable que finalmente lo reemplaza. La presencia de hueso entretejido sugiere que la ballena vivió el tiempo suficiente para que su cuerpo intentara curar la herida, probablemente entre dos y seis semanas después del ataque.
Las tomografías computarizadas de la costilla fosilizada revelan más evidencia de inflamación en la médula ósea, compatible con una infección. La infección probablemente fue un resultado directo de la mordedura del tiburón. Si bien la curación fue incompleta, la causa exacta de la muerte de la ballena sigue siendo desconocida.
Reconstruyendo un encuentro prehistórico
La evidencia física en la costilla, combinada con un conocimiento de los depredadores marinos prehistóricos, permite a los científicos reconstruir un escenario plausible. Basándose en la curvatura de la mandíbula del tiburón, sugerida por el arco de las impresiones de los dientes, se estimó que el tiburón atacante era relativamente pequeño, de entre 4 y 8 metros de longitud. Este rango de tamaño es significativamente menor que las enormes longitudes de 18 metros que se cree que alcanzaron algunos individuos de Carcharocles megalodon, pero sigue siendo formidable para los estándares actuales.
Timothy Scheirer, ilustrador del Museo Marino Calvert, creó una ilustración detallada que muestra un escenario probable en el que un gran tiburón del Plioceno podría haber mordido a una enorme ballena barbada, similar a las ballenas azules o jorobadas de la actualidad. Estas enormes ballenas barbadas, que podrían haber sido antecesoras de las especies modernas, habrían sido presas comunes de los grandes tiburones durante el Plioceno, una era en la que los océanos estaban repletos de gigantes marinos.
El descubrimiento de este fósil ofrece una ventana poco común a los antiguos ecosistemas marinos de la época del Plioceno. Durante este período, los océanos del mundo eran ricos en una diversidad de vida marina, incluidos tiburones gigantes, ballenas prehistóricas y otra megafauna. Comprender las interacciones entre estas especies ayuda a los científicos a reconstruir las complejas redes alimentarias y la dinámica ecológica que existían hace millones de años.
Los fósiles que muestran interacciones depredador-presa son invaluables porque proporcionan evidencia directa del comportamiento: un momento fugaz en el tiempo capturado para siempre en piedra. Según Godfrey, “solo un puñado de fósiles muestran este tipo de interacciones. Hay muchas marcas de mordeduras en los fósiles que muestran dónde murió el animal y dónde fue carroñado su cadáver. Este fósil es uno de los pocos ejemplos que muestra un trauma claramente atribuido a otro animal, pero también muestra que la víctima sobrevivió al evento”.
La importancia de la depredación fallida
La depredación fallida es tan fundamental para comprender la dinámica depredador-presa como las cacerías exitosas. Ilustra la constante carrera armamentista evolutiva entre las adaptaciones de los depredadores, como mandíbulas y dientes poderosos, y las defensas de las presas, como la velocidad, el tamaño u otras adaptaciones protectoras. La presencia de marcas de mordeduras y la curación posterior brinda una oportunidad única de estudiar cómo estos animales antiguos pueden haber respondido a tales amenazas, incluidas sus adaptaciones fisiológicas y conductuales.
Lo que hace que este descubrimiento sea aún más fascinante es su contribución a nuestra comprensión del comportamiento de los tiburones prehistóricos. A menudo se considera a los tiburones como los depredadores definitivos del mar, pero este fósil sugiere que incluso los depredadores más temibles, como el Carcharocles megalodon, no siempre tuvieron éxito en sus cacerías. El fósil muestra un intento fallido, lo que indica que estos antiguos tiburones, al igual que los modernos, enfrentaron desafíos cuando buscaban presas grandes y potencialmente peligrosas.
Comprender cómo cazaban e interactuaban con su entorno los tiburones prehistóricos también proporciona información sobre su extinción. Si bien las razones exactas de la extinción del Carcharocles megalodon siguen siendo objeto de debate entre los científicos, es probable que la dinámica de las relaciones depredador-presa, la competencia por los recursos y los cambios ambientales hayan jugado un papel. Fósiles como este ayudan a pintar un cuadro más detallado de estas dinámicas.
El estudio “Las reacciones óseas en una costilla de cetáceo del Plioceno indican la supervivencia a corto plazo de un evento de depredación” se publicó en el International Journal of Osteoarchaeology.
Fuente: ZME Science.